La existencia de la Fuente Vieja como locus está documentada al menos desde comienzos del siglo XVII, pero puede ser incluso anterior a esta fecha estando muy probablemente unida a la fundación de la Puebla de Cazalla como población, de esta secular presencia geográfica le sobreviene, con toda seguridad, el nombre de vieja.

Su agua, brota con un buen caño, apenas sufre mengua apreciable ni en los peores años de esas sequías. Es salobre, quizás porque proviene de profundidades geológicas donde el yeso se prodiga en nuestro término con abundancia, así que no es apta para el consumo humano pero en cambio sí lo es, para las caballerías y para el ganado, que hacían allí su obligada parada al salir por las mañanas al campo y al regresar sedientos por la tarde. El perrengue del cabrero, el gañán o el mulero se llenaba más adelante, en el pozo de Marco.

Su factura actual es de ladrillo macizo, tendrá más allá de entre 20 y 30 años de antigüedad y procede de una intervención municipal que tuvo como objeto la integración urbanística de la propia fuente y sus aledaños en el pueblo. Con anterioridad a esa fecha, una memoria no siempre fidedigna en estos detalles, nos informa de que estuvo hecha de mampostería recubierta en el exterior de cemento.

El pilar, y todo el entorno a quien presta el nombre, ocupa en la Puebla un suburbio que es un espacio localizado literalmente bajo la ciudad y es también un arrabal porque está situado en un extremo de la ciudad fronterizo con el campo que es lo que le presta su rasgo principal de identidad.

La Fuente Vieja se ha encontrado tradicionalmente en el limes, en un espacio ambiguo que no es ager aunque mantiene algunos de sus atributos, pero que tampoco es civitas completamente. Es un espacio urbano pero es también un espacio simbólico que participa al mismo tiempo de lo crudo y de lo cocido, del caos de la naturaleza y del orden que en esta introduce la polis. Ha sido, incluso literalmente, una zona de penumbra (apenas alumbrada por las candelas de los gitanos, otros habitantes del límite) donde los contornos siempre han resultado difuminados. Es la frontera que salva a la ciudad de la amenza exterior (hay cuentos en los que en las noches de crudo invierno los lobos llegaban buscando presas hasta sus aledaños pero no pasaban  de allí), es la censura que sabe resistir los embates del ello para que el yo civilizado no pierda su cordura.

Hoy reurbanizado con los resultados que hoy podemos observar: iluminación con focos, acerados, cemento y adoquines, señales de tráfico y traslado de los gitanos.

 

 

 

 

 

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