Morisco de aire patriarcal y cabeza romana, con pinta de picador retirado o de tratante de ganado mitológico, guarda en su alacena de pintor la clave estética: la de la cultura popular heredada y la de la cultura aprendida.

Francisco Moreno Galván nace en La Puebla de Cazalla (Sevilla) en 1925 en el seno de una familia humilde, siendo el segundo de cuatro hermanos. Su padre José, alternaría el oficio de albañil con el de maestro de molino, y su madre, María, será clave en su educación como él resaltó: “En este clima de trabajo y no pocas privaciones, crecíamos, pero mi madre, que tenía inquietudes raras en las mujeres de su clase, nos inculcaba curiosidad y aficiones que no eran comunes en aquel ambiente”.

Asistirá a la escuela del pueblo junto a su hermano José Mª, destacando de Francisco su carácter observador y, desde muy pronto, sus aptitudes para el dibujo. Otra nota propia de sus primeros años será una afición desmedida al cante y a los gitanos, sintiéndose atraído por este mundo y buscando desde niño los ambientes que olían a flamenco como La Esquinade El Pollo o el Mercao de la Feria.

Ingresó en la Escuela de Artes y Oficios de Sevilla para iniciar años después, entre 1941 y 1946, sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla. Tras ser premiado por la Diputación de Sevilla con la Beca Murillo en 1949, se marcha dos años a Madrid coincidiendo con la difusión de la obra vanguardista de El Paso y Equipo 57.

En estos años madrileños entablará relación con personajes como Chumy Chúmez, Antonio Mingote, Fernando Quiñones, Antonio Gala o Caballero Bonald, entre otros. Participará en la 1ª Bienal Hispanoamericana de Arte (Madrid), en la 2ª de La Habana y en la 2ª Bienal del Mediterráneo, celebrada en Alejandría. Además realizará gran cantidad de trabajos decorativos y murales, consiguiendo importantes premios para la decoración de prestigiosos edificios a escala nacional.

Un hombre de tan extraordinaria sensibilidad difícilmente podría mantenerse limitado a una única labor artística. Fue realmente un verdadero humanista que tuvo una polifacética trayectoria: escultura, pintura, modelado, diseño, poesía e impulsor del flamenco como descubridor y colaborador de algunos de los más importante cantaores actuales. Pero el contacto con el mundillo flamenco y el descubrimiento de José Menese, hace que su interés por este arte crezca hasta el extremo de que su dedicación a él es total: dibujos de artistas flamencos, carteles anunciadores de importantes festivales, carpetas discográficas con las que acompañar las grabaciones de sus propias letras, decoraciones de escenarios de destacados festivales, exposiciones en los más significados eventos...

Será hacia 1962 cuando Francisco comience su labor como Letrista, según sus propias palabras “...cuando Menese llega a Madrid  veo en él el cantaor ideal para cantarlas...”. Este interés por el mundo del flamenco no era nuevo, ya hemos señalado que desde niño sentía esta atracción, pero se potenciará durante su estancia en Sevilla al visitar lugares como Triana o la Alameda de Hércules, de gran tradición flamenca. Francisco decía “...me gusta el cante, pero las letras son siempre las mismas...”, por ello defenderá la necesidad de letras frescas que se alejen de lo que había hasta entonces.

Fue así como empezó a preguntarse los comos y los porqués y a defender la idea de que al cantaor de ahora no le hacía falta el lenguaje de otros tiempos, ya que siempre “... dolerá más el propio dolor que el antiguo”.

Advierte que el cante es dolor y queja, así que le bastará con fijarse, mirar a su alrededor, buscar en su propia vida y cantar lo que ve. Por eso en sus coplas intentó hacer el cancionero de ahora, fuera de tópicos, “cantar y contar la vida”. Así revolucionó el cante, abordando, como nadie hasta entonces, la renovación de las letras flamencas y readaptando su temática para traerla hasta hoy.

Estamos ante un auténtico poeta popular que expresa los sentimientos de la gente de su pueblo, pues si hay un marco de referencia para sus letras, ésta es La Puebla de Cazalla.

Sus letras son verdaderos romances que muestran su respeto profundo por la tradición y la cultura andaluza y su compromiso social con el tiempo que le tocó vivir. Así surgirán letras originales, llenas de garra y fuerza, comprometidas con la libertad, como decía el  propio Francisco “... el flamenco es la manera más hermosa para denunciar y protestar...”. Estas letras fueron concebidas para ser interpretadas por alguien que se identificara con el contenido de las mismas, para sus paisanos, Diego Clavel, Miguel Vargas y, sobre todo, para José Menese.

Por lo que respecta a su obra Pictórica, señalar que no sólo asistimos a la actualización de la plástica flamenca, sino que su obra hay que encuadrarla en un contexto más amplio que recoge obras españolas y foráneas que tienen como denominador común su inspiración en el flamenco. Este interés no es nuevo, aunque sí su manera de concebirlo.

Su pintura flamenca se aleja de la visión anecdótica y llena de tópicos del Costumbrismo, de la visión festiva y alegre del Realismo, de las investigaciones de luz y atmósfera del Luminismo, de las visiones clásicas y coloristas de artistas como Bacarisas, Gonzalo Bilbao o López Mezquita, asimilando el lenguaje del flamenco progresista iniciado por la Generación del 27. Así nos ofrecerá una nueva estética de lo flamenco que se aleja de un tratamiento simplista y tópico del tema, comprometiéndose con él y trasladando su vivencia a la obra.

Es importante resaltar el cuidado casi maniático en los detalles y la documentación erudita y precisa de sus propuestas, aspirando a la perfección en cada trabajo. Todo esto lo manifiesta con una estética definida hacia el expresionismo más gestual, hacia la reactualización picassiana, con una gama de colores concretos y arbitrarios, con unas figuras rebeldes y melancólicas y con una concepción personal de líneas y volúmenes.

Utiliza soportes variados: carteles, murales, óleos, acrílicos, obras en papel, collages, carpetas de discos,...), pero en todos es patente su compromiso con los temas representados. Por ello, podemos resaltar que la producción pictórica de Francisco Moreno Galván trasluce más un proyecto de vida que un proyecto estético, estamos ante un arte que sugestiona.

Tras la transición, en 1977, Francisco regresa a su Puebla y, como concejal (PCE), reconstruye el pueblo en los aspectos urbanístico dejando una honda huella. Así ordena jardines, levanta edificios, reordena calles…desarrollando  una espectacular labor de transformación y rehabilitación, recuperando el más puro estilo de la arquitectura   popular andaluza.

La Reunión de Cante Jondo fue también un logro surgido de su iniciativa y desde el inicio ha estado impregnado de su personalidad y sus ideas.

Francisco Moreno Galván muere en 1999 a los 74 años de edad. Paco para la gente de Madrid, Francisco para los moriscos.

Moreno Galván ha sido ante todo un artista. Lo que más llama la atención de él no es su talento como pintor, como poeta o como urbanista, sino la unión de todas estas cosas.

Quizás debamos recordarle como él mismo pedía: “... como un hombre bueno que jamás hizo mal a nadie, o al menos esa fue siempre mi intención”.

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